En la II Convención de Periodistas del año 2000 en Valladolid se puso sobre la mesa el eterno debate de la regulación de la profesión ya que, al contrario que la mayor parte de los trabajos, éste no tiene una organización ni unos derechos, ni unos deberes recogidos en ningún documento oficial. Por ello se creó un borrador del Estatuto del Periodista Profesional que ya debía haber sido aprobado en las Cortes.
Todo esto viene por la naturaleza del periodismo ya que, en un inicio, el periodista no era considerado una profesión ya que, normalmente, surgía de una extraña pasión que hacía que, en su tiempo libre, diferentes profesionales de otros ámbitos tuvieran la vocación de ir buscando la noticia y esclarecer misterios, atrapar delincuentes o desenmascarar traidores.
El periodista ya no se considera una persona que se forma en la calle y que puede estar sin pisar una redacción días hasta que llega con una noticia que romperá moldes, sino que el periodista es un profesional con horarios, que tienen que fichar diariamente y dar cuentas de los artículos que escribe a unos accionistas de una empresa mediática que ingresará un dinero mensual en su cuenta. Sin embargo, nadie se imagina a un cirujano operando a corazón abierto que no ha acabado aún sus estudios, en cambio, son múltiples los ejemplos de periodistas consagrados a los que les quedan asignaturas para recibir su título de periodista como por ejemplo Angels Barceló o Carles Francino.
Por eso, es necesario un Estatuto que regule el empleo de estos trabajadores aunque ello conlleve la pérdida del aura de aventura y de vocación que ha tenido siempre. Además, una regulación del empleo y la enseñanza del periodismo ayuda a la defensa de las buenas prácticas periodísticas y el derecho a la información y expresión recogidos en la Constitución.
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